30 noviembre 2006

Literatura japonesa del siglo X


Me gusta pensar en un solo hombre, viviendo a solas, adorable, que vuelve al amanecer de una cita en algún sitio sin nombre, pero que sigue despierto, y que, a pesar de estar soñoliento, se toma su tiempo para moler metódicamente la tinta hasta la consistencia perfecta y que entonces, no solo con un pensamiento o una lógica desechable, reúne sus sentimientos más intimos para escribir a su dama. ¡Qué atractivo me parece cuando se afloja la ropa para ponerse cómodo!

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Cosas placenteras

Encontrar un montón de cuentos que no has leído antes. O comprar el segundo volumen de un cuento cuyo primer volumen te ha encantado. Aunque a menudo esto sea una desilusión...

Disfruto mucho hablando con alguien que está contento consigo mismo y que está satisfecho de su imagen, especialmente si es un hombre. Es aburrido observarle cuando espera atento mi siguiente respuesta; sin embargo es interesante si trata de hacerme bajar la guardia adoptando un aire de calmada indiferencia como si no hubiese ni un pensamiento en su cabeza.

Reconozco que esto es pecaminoso, pero no puedo evitar sentirme contenta cuando alguien que no me gusta tiene una mala experiencia...


Sei Shonagon


N.T. He traducido el texto del inglés, ya que aún no he aprendido japonés. Tal vez haya perdido algo su esencia con tanto vaivén. Aún con todo, me resulta extraño y alegre escuchar a una mujer del siglo X hablando en esos términos.

29 noviembre 2006

Imposibilidad fáctica


A la izquierda una pared acolchada. A la derecha, arriba, abajo, al frente... una pared acolchada. Ni siquiera tengo que mirar atrás, mi espalda descansa sobre una pared acolchada. Y yo necesitando huir. ¡Qué sinsentido!

Reviso con las yemas de los dedos las junturas entre los almohadones. Pego golpecitos con el puño mientras apoyo la oreja contra la pared. Meto las manos en los bolsillos arañando el vacío. Y nada me sirve.

Los sentimientos siempre brotan en los momentos más inoportunos. Hubiese sido mucho más adecuado el deseo de aislarme. Pero no. Ahora lo que quiero es huir. Si necesitase aislarme seguro que hubiese aparecido en algún ruidoso bazar turco.

Así que no me queda más remedio. Tengo que sentarme a esperar. A esperar que se me pase la urgencia por escapar o a que me traslade a otro universo. Menos mal que tengo la paciencia entrenada tras duros ejercicios de papiroflexia mental. Pero, ¿que haré cuándo llegue el aburrimiento? ¡Ése nunca pasó la reválida!

Tal vez si me entretuviese descosiendo las hiladas que forman cada costura podría hacer de esta celda una morada más acogedora...

28 noviembre 2006

¿Qué apostamos?

Podría apelar a la ironía para formular pensamientos como no sé que les das. Pero no me sale. Lo que me sale es sentirme culpable y maldecirme por no ser capaz de hacer de otro modo las cosas.

En ocasiones me imagino como concursante de ¿Qué apostamos?, con Ramonchu presentándome como La Maravilla de la Madalena, la única persona en el mundo capaz de enredar cualquier situación, por muy enmarañada que esté de antemano. Me veo allí, con las gafas de buzo puestas (no sé por qué pero siempre me imagino a los concursantes de ¿Qué apostamos? con gafas de buzo), esperando el desafío con calma. Como si no fuese necesario concentrarme para realizar una labor tan sencilla.

Ahora me toca elaborar un discurso sincero, ser incapaz de mentir en ocasiones es una lacra, que consiga hacerle entender lo que pasa por mi cabeza. Necesito una justificación que resulte reconfortante y que no hiera. Y si no retuerzo la verdad hasta la frontera de lo surreal, dudo que pueda conseguirlo.

¿Por qué me empeñaré siempre en responsabilizarme de las cargas de los demás? ¡Maldita manía la mía!

27 noviembre 2006

Cortar por lo sano

¡Que le cooooorten la cabeza! ¡Que le coooooorten la cabeza!

Los gritos de la reina resuenan por toda la plaza. Es una reina gorda y rechoncha que levanta el dedo con el gesto fruncido. Su cara, que es mi cara, parece una fresa a punto de reventar. A su lado, un rey bajito y bigotudo que también soy yo, le coge la manga y murmura: "Tal vez no deberíamos cortársela. Mírala, tiene mala cara. Hasta verde se ha puesto y todo".

Yo tengo la cabeza, torcida hacia el lado derecho, apoyada sobre el círculo del tocón de madera. Desde allí puedo ver que los ojos del fornido verdugo, que también son mis ojos, me miran con hastío por detrás de la desajustada capucha. Giro el cuello para poder observar a la multitud que rebosa la plaza. Hay un sacerdote tonsurado que mira hacia el cielo suplicando clemencia. "No me queda mal ese peinado", me da por pensar. A su lado distingo a un noble con los brazos en jarras y un gesto de cruel determinación que deforma un rostro que es mi rostro. Más allá, delante del niño que mira alucinado sin comprender nada, una viejecita espera paciente el desenlace. Hay tantas encarnaciones de mi yo en el panorama que me siento en el medio de un laberinto de espejos.

"¿Por qué me van a cortar la cabeza?", me pregunto. Miro hacia el sombrero negro que yace a escasos centímetros de mi rostro tronzado sobre su punta deformada. No consigo recordar cómo he llegado allí. Pero me sobresalto al comprobar que yo también quiero que me corten la cabeza. Y me miro en la reina y me guiño un ojo deseando que sea capaz de entenderme.

26 noviembre 2006

El día de la marmota, siete años después

Estudiaron en el mismo colegio.
Estudiaron la misma carrera.
Trabajan en lo mismo.
Tienen el mismo coche.
Se llevan tan solo unos meses.
Le molestan las mismas cosas de mí.

La única diferencia que pude percibir es que le han dado más palos en el amor que a mi ex.

Se me notó. Y mucho. La incomodidad y el agobio. A pesar de ser una primera cita de doce horas y media.

Ahora queda la parte más difícil. Huir sin hacerse daño. Voy a ir buscando en el armario el disfraz de gacela africana por si la levitación de mi escoba no alcanza.

24 noviembre 2006

Si no pudiese evadirme...


Llevo una gabardina con las solapas levantadas, sombrero de fieltro con cinta negra y fumo cigarrillos negros apoyando la mano derecha en el interior de mi codo izquierdo. Hace un par de días que me sucede. Desde me han inducido, a la fuerza, en esta evocadora realidad de blanco y negro.

Hay dos equipos que luchan por enviar el primer cohete a la luna. Yo formo parte de uno de ellos. Incluso el antagonismo soviético-americano se refleja en los azules y rojos que distinguen a cada uno de los equipos. Sin embargo, esta vez el enemigo está en casa. Son mis propios compañeros los que callan bajo el yugo de NDAs firmados a diestro y siniestro. Los pasillos se han convertido en morada de silencios forzados y conversaciones a media voz terminadas de manera abrupta.

Yo soy azul. Los azules hemos empezado un poco más tarde, pero los plazos indican que terminaremos antes. Nuestro cohete es algo distinto al rojo, aunque ha resultado inevitable que recuerde a él. En medio año sabremos quien ha sido el primero en poner el pie en ese territorio tan inexplorado como etéreo. Supongo que todos andamos algo embriagados por la irrenunciable droga de la novedad.

Lo cierto es que no me importa ganar, lo que desearía es que esta sensación de película de cine negro fuese eterna. Que el color no volviese a teñir nuestras vidas de insoportables matices tan pronto. Porque me va a costar deshacerme de sombrero y gabardina. Y odiaría olvidarme de esa relajada pose que ahora adopto al fumar.

23 noviembre 2006

Sentirse en casa fuera de ella




Así da gusto quedarse a trabajar fuera de casa. Cuando el hotel está diseñado por alguien que piensa como tú, no hay nada que puedas echar en falta. De hecho creo que pensaba mejor que yo, porque me ha dado un par de ideas para la próxima vez que redecore el piso: fijaos en el estupendo espejo de aumento en el baño y en esa adorable ventana de arriba abajo con corredera maciza de madera. Este verano, si los hados monetarios lo permiten, de cabeza al Ikea.

21 noviembre 2006

Pereza es poco

¿Se puede perder el equilibrio a causa de un desproporcionado bostezo? ¿Cuando se pierde el centro de gravedad todo resulta hilarante? ¿Será por eso que siento que me voy cayendo por los rincones?

Debería dedicarme a recopilar información para mis memorias, a estas alturas ya tendría suficiente para componer un minucioso capítulo titulado "El mes que pasé en el AVE". Pero no me apetece.

Lo único que me apetece es tumbarme en el sofá, que me leas un par de capítulos del libro que tengo sobre la mesilla, que me arropes con la manta cuando me quede sopa y que al despertar sienta que mi cuello asoma un par de centímetros más por encima del agua.

Y mañana, si aún quieres, te dejaré que atraques mi nevera hasta atracarte.

20 noviembre 2006

Suéltate el pelo

Estaba en la mercería tratando de seleccionar un par de coderas de la tonalidad adecuada para apañar mi accidentada Barbour, cuando me he dicho: "Hasta aquí". Basta de vivir como si te doblases la edad. Basta de subsistir con las migajas esparcidas por caridad. Basta de esconderte en la comodidad de la omisión. Da igual que te equivoques y da igual que después te duela. Ha llegado el momento de actuar. De moverse en alguna dirección.

Así que he vuelto a casa y he contestado su último correo. Hace meses que intercambiamos tibios mensajes en los que suele deslizar un "ya nos veremos" o un "¿te apuntas al concierto?" que hasta ahora había ignorado sin explicaciones. En mi correo de hoy le he incluído mi plan para pasar la tarde del sábado junto con una invitación. Si se aviene a acompañarme a la jornada de cultura japonesa, al menos, habrá demostrado interés.

Y después ya se verá, si es que hay algo que pueda verse. De momento, y no es poco, que me quiten lo bailao.

19 noviembre 2006

3,14159265357989...


¿Por qué hay personas que dedican su tiempo a memorizar 40.000 decimales del número Pi? Es un reto que me resulta incomprensible. Frente al sinsentido tiendo a elaborar hipótesis descabelladas, arreglos razonados que me permiten asimilar lo inasible.

Cada vez estamos más solos. Las personas han abandonado su instinto gregario para adoptar una posición más personal respecto a la vida. Nos aislamos construyendo nichos inaccesibles que tratamos de describir a los demás mediante las más variadas manifestaciones. Pero ya no queremos seguir a nadie, ni convencerlo de que se una a nosotros. Ya no necesitamos la confortable sensación de sentirnos miembros del rebaño. La vida de cada uno apunta en una dirección distinta, sin necesidad de alineamiento.

Sin embargo, este proceso todavía se encuentra en fase de gestación. Los seres humanos individuales caminan hacia una utopía que se observa más avanzada en nuestros congéneres nipones. Hace tiempo leí que los japoneses habían inventado un dispositivo electrónico en el que grababan sus aficiones, gustos e intereses. Cuando ese aparatito encontraba uno análogo por la calle emitía un zumbido que informaba a sus propietarios de la coincidencia. Los japoneses inventaron una primitiva manera de paliar la soledad, aunque en su caso el objetivo todavía aparecía desenfocado. Las relaciones humanas seguían siendo un factor determinante.

En mi visión los seres humanos han superado esa necesidad de acercamiento. La intimidad ha quedado relegada a una subjetividad individual para convertirse las relaciones en simples instrumentos de realización personal. Las personas llevan también un aparatito, que bien podría ser un chip camuflado bajo la epidermis, que les informa de la cercanía de individuos con ganas de hacer lo que a ellos les apetece en ese momento. Pero aquí radica la diferencia, ya no se persigue la construcción de lazos duraderos, eso es algo que ha dejado de tener importancia. Lo único que importa es el momento, el disponer de la compañía adecuada para llevar a cabo la actividad preferida aquí y ahora. Y después: si te he visto, no me acuerdo.

Tal vez no sea eso lo que nos depara el futuro, pero apuesto a que podría serlo. Calculo que existe la misma probabilidad de que esto ocurra como de que el decimal que ocupa la posición 38.124 del número Pi sea 8.

17 noviembre 2006

Con la yema de los dedos

Cuando se suele viajar sin compañía, lo habitual es entretenerse observando personas y cosas. Los diálogos que se tendrían con otro son sustituídos por conversaciones de interior. A mí siempre me ha gustado fantasear con la gente que me cruzo en el tren, en el metro o en cualquier cafetería desconocida. Asocio ciudades y situaciones a personas que no conozco realizando acrobáticos ejercicios de lógica mal enlazada.

El otro día, en el metro, me fijé en la persona que había a mi lado. Un par de detalles captaron mi atención a primera vista. Después, comencé a formar una secuencia de razonamientos válidos que me provocaron la irresistible sensación de conocerla. La identifiqué con un personaje bloguero al que sigo desde hace un tiempo. Fue un instante de certeza indiscutible, un escalofrío de realidad rasgada.

Así que me armé de valor y escribí un correo a la persona desconocida relatándole vagamente los detalles de aquel encuentro. En un primer intercambio nos sobresaltamos, porque surgió la duda de que aquello que se formó en mi cabeza hubiese sido acertado. Tras sucesivas aclaraciones, hemos llegado a concluir que todo el montaje se debió a una serie de meras coincidencias.

Sé que leo demasiados libros y que hay más películas en mi cabeza de las que resultaría aconsejable. Pero me gustaría pensar que esas hiladas casualidades que describen los autores en sus obras existen, que no son tan solo fruto de una imaginación dirigida.

15 noviembre 2006

Al descubierto

En ocasiones envidio a Dorothy con todas mis fuerzas. A esa mocosa bendecida por una inmisericorde fortuna le basta con aterrizar en el momento preciso, derramar el agua en la dirección adecuada o chasquear sus horribles zapatitos rojos tras recibir un milagroso chivatazo. Ése es todo el esfuerzo que necesita para solucionar sus problemas. A ella le basta con hacer chas!

Cada vez que me quito las botas, con el dolor de mis deformados pies nublándome el juicio, maldigo a Dorothy. Cuando cuelgo mi sombrero en la percha y la cabeza deja escapar todos los furiosos pensamientos que dormitaban atrapados, maldigo a Dorothy. Al mordisquear el pan blanco sin hornear, clavando mi esquelético trasero en la dura tabla del banco, maldigo a Dorothy. En las madrugadas en las que me abruma la responsabilidad de ser una malvada bruja, maldigo a Dorothy.

¡Maldita Dorothy!

Pero las maldiciones cesan tan repentinas como habían comenzado. Entonces me fijo en que el espejo me devuelve una imagen que llevo días ignorando, me detengo a escuchar una conversación de acera a acera en la calle o decido salir sin sombrero. Y al instante entiendo que todo ocupa su lugar. Que para que existan Dorothys es necesario que existan Elphabas.

En ese preciso instante no desearía ser otra persona. Porque, ¿quién, en su sano juicio, envidiaría ser la empalagosa Dorothy?

14 noviembre 2006

Lástima no tener un fotomatón a mano...


Ha ocurrido mientras recorría el enlace de Pacífico con la habitual e infundada sensación de llegar tarde. Soy una de esas personas que siempre cree que no llegará a tiempo, aún a pesar de contar con la desproporcionada seguridad del tiempo reservado para imprevistos. En ocasiones, me imagino que soy un irracional galo con trenzas temeroso de que el cielo se desplome sobre mi cabeza.

Como decía, justo al terminar de bajar por la escalera voluntaria dando saltitos, he escuchado las notas de una familiar melodía. La cadencia de mis pasos se ha acompasado al ritmo sin esfuerzo, la prisa se ha desvanecido hacia algún inalcanzable lugar de la inconsciencia y una bobalicona sonrisa se ha abierto paso a través del inmutable semblante.

En ese preciso momento he sentido la irrenunciable necesidad de desabrocharme la capa, lanzar el sombrero al aire, desordenar mi pelo lacio y sentarme en el suelo al lado del intérprete de aquella tonada. He sido incapaz de vencer la tentación de meter la mano en el bolsillo del abrigo, aunque no he encontrado ningún proyectil plano que pudiera servir a mis propósitos. Si bien es cierto que tampoco hubiese encontrado allí una superficie de agua donde hacerlo rebotar.

La intensidad de esa absurda explosión de júbilo ha ido menguando conforme me alejaba de aquella hechizante canción. Al llegar a la reunión, quince minutos antes de la hora de inicio, ya casi la había olvidado. Pero cuando he vuelto a casa después de un insustancial e irritante día, cuando valoraba la posibilidad de arrancarme algún órgano vital a dentelladas, la imagen ha vuelto por sorpresa a mi cabeza. Y, sin saber por qué, he sentido que el día, después de todo, había merecido la pena.

13 noviembre 2006

¿Y si el error es mío?


Fue en uno de esos eventos en los que se alaban sin ambages las virtudes de un producto cualquiera. A la entrada, una trajeada sonrisa profident con los ojos a juego, me pidió que eligiese una encuesta y que la entregase rellena al terminar el acto. En la mesa se apilaban tres montones diferentes que contenían el mismo texto: una fotocopia en blanco y negro, un folio impreso a color y un papel satinado recién fabricado por una impresora láser a color de última generación. Escogí la fotocopia en blanco y negro de inmediato.

A mitad de la charla, el orador realizó un recuento de las elecciones de los asistentes. La mayoría tenía en sus manos el brillante papel satinado. Algunos tenían la impresión en color. Otra persona y yo teníamos la fotocopia.

Tomando como ejemplo en su argumentación los números que nos acababa de mostrar, el orador defendió con pasión el uso del color para la elaboración de documentos. Subrayó las ventajas de presentarnos a los demás ataviados con nuestras mejores galas. Y concluyó enumerando las cualidades intrínsecas a una perfecta estrategia de captación de la atención.

Mientras lo escuchaba, pensaba en el único motivo que me había llevado a escoger la fotocopia en blanco y negro. Y en que podría rebatir sus diez minutos de cháchara con solo unas cuantas palabras. Sin embargo, preferí quedarme en silencio. Porque tal vez él tuviese razón. Al fin y al cabo, la mayor parte de los asistentes lo había corroborado con su actitud.

12 noviembre 2006

Déjame

No te he devuelto la llamada. No porque no la haya visto todavía o porque se me haya olvidado. No te he devuelto la llamada porque no quiero hacerlo.

Desde que me mudé nos hemos visto tres o cuatro veces y en cada ocasión me he sentido más lejos. La distancia que nos separa comienza a resultar insalvable.

Tuvimos nuestro momento. Aquel par de años fue una ebriedad de sensaciones sin respiro. Cuando estábamos juntos nuestros ritmos se acompasaban sin esfuerzo, nos divertíamos casi sin planearlo. Pasábamos las tardes felices, sin preocupaciones, yendo de aquí para allá sin hacer nada. Tu estabas solo, sospecho a mi pesar que siempre lo estarás, y yo no tenía a nadie en aquella ciudad extraña. No te negaré que me enseñaste muchas cosas, pero tu mundo es muy limitado y ya no me interesa nada de aquello. Y sé que no es culpa tuya que yo me canse, pero es que nunca dejaré de buscar nuevos horizontes. No puedo permanecer demasiado tiempo en un mismo sitio.

Te agradezco que estuvieses a mi lado en los buenos y malos momentos. Pero tu mundo siempre estuvo demasiado anclado en el pasado, tu forma de entender la vida no funciona sin la historia. Y a la mía eso es algo que le pesa demasiado.

Ahora que todo ha cambiado, no sé cómo decírtelo sin que te duela. Es una pena que nunca te gustasen Los Secretos. Deberías olvidarme y, sobre todo, deberías dejar de llamarme cada vez que tengas un problema con tu ex. Sé que no me utilizas a un nivel consciente, pero es como me siento. Y ya no puedo seguir quemándome las neuronas para reflotar tu ajada lancha desinflada.

Prometo explicártelo un día. Decirte estas palabras con toda la dulzura que sea capaz de reunir para que no te sientas herido. Pero de momento prefiero seguir escondiéndome. Porque sé que esa conversación me va a sentar tan mal como a ti.

10 noviembre 2006

Problemas de comunicación


Unos cuantos meses atrás.

-No me gusta llamarte mientras conduces. Deberías instalarte un manos libres por bluetooth en el coche.
-Mmmm... No creo que mi móvil tenga bluetooth y tampoco utilizo tanto el coche, ¿no?


Unos pocos meses atrás.


-¿Ves que bien? Así podemos hablar en cualquier momento. ¡Se oye fenomenal!
-Bueno, a mí me suena un poco a hueco, pero resulta divertido hablarle al retrovisor, sí.


Ayer.


-No te llamaré, mejor te enviaré un mensaje por la noche. Sabes que no me gusta llamarte mientras conduces.


P.D. Puedo dimitir y dimito.

09 noviembre 2006

Cuando no se sabe a donde ir

Estaba durmiendo en mi cama, no en la de mi casa, sino en la cama de casa de mis padres. De repente mi padre, a modo de mayodormo, ha abierto la puerta y ha anunciado a mi jefe. Me he mirado, he comprobado que tenía el edredón hasta la cintura y que llevaba el pijama de manga larga. Se ha sentado en la cama a mi lado y hemos abierto el portátil apoyándolo sobre mi regazo. Me ha comenzado a explicar los detalles de la reunión de mañana. En un momento dado, me ha dicho que había alguien con quien debía hablar porque era el que más sabía del tema. Ha marcado un número en su teléfono móvil y me lo ha pasado. He comenzado a oír la vez de mi antiguo jefe, alta y clara. No he sido capaz de decir ni una palabra, ni siquiera de preguntarle cómo le iba. Cuando he colgado mi jefe me ha dado la dirección del sitio en el que habíamos quedado. Me ha mostrado una tarjeta con un mapa en verde sobre blanco detrás.

-Lo encontrarás porque tiene un cangrejo de boj en la puerta -me ha dicho.
-Sí, sé donde está, eso queda muy cerca de la estación, puedo ir andando.

Después se ha marchado y yo me he quedado pensando en la cama. 08. La dirección tenía un código postal que comenzaba por 08. Entonces me ha encajado todo. Me había dado una dirección de Barcelona y habíamos quedado en Madrid. Lo he llamado al móvil.

-Oye, me has dado una dirección de Barcelona, de hecho es un restaurante que estaba al lado de mi casa allí.
-Jaja, sí... Ya estábamos apostando a ver cuánto tiempo tardabas en darte cuenta.

Entonces me ha dicho que no pasaba nada, que mi compañero me llevaría a la reunión, que él sabía donde teníamos que ir, que no me preocupara por nada.

Y me he quedado en la cama, preguntándome por qué había venido a verme mi jefe, por qué la voz de mi antiguo jefe sonaba tan nítida y por qué me había gastado esa estúpida broma.

08 noviembre 2006

Equilibrio sobre el paralelo


Estaba pensando en la historia de La Casa del Lago, esa "increíble" trama que protagonizan Keanu Reeves y Sandra Bullock. En el fondo, lo que se cuenta allí no es muy diferente a lo que pasa aquí, en la blogosfera. O a lo que intuyo que pasa.

Conversaciones atemporales y pausadas. Palabras unas veces bien meditadas y otras demasiado impulsivas que se van depositando en buzones anónimos. Destinatarios que leen las misivas en un instante cambiado, con la distancia necesaria para desvirtuar con subjetividad el encuadre. Al final, a mi parecer, todo deviene en una borrosa maraña de mensajes distorsionados.

Pero me gustaría saber si alguno de esos extraños intercambios ha deparado un final como el de la película. Y eso a pesar de que en las películas nunca se cuente el día después. Aún a sabiendas de que muchos finales "de película" presagian comienzos traumáticos, nudos corredizos y desenlaces rasgados.

07 noviembre 2006

E-Prime o el asesinato del sentido


Cuando escribo, respeto un conjunto de normas impuestas por mi subconsciente de modo inexorable. Por ejemplo: evito escribir adverbios terminados en mente, me molesta repetir en un mismo párrafo una misma palabra dos veces, tiendo a formar frases cortas y coloco adjetivos por doquier para tratar de reflejar el matiz exacto de mis percepciones.

He leído hace un rato en el blog de If un artículo que hablaba acerca de la distinción que hace el idioma español entre la esencia y la estancia. Esta es una característica que lo hace un lenguaje peculiar frente a los demás, puesto que la mayoría se conforman con emplear una única forma para referirse a ambos estados.

Tras vagabundear por unos cuantos enlaces, he dado con esto. El lenguaje E-Prime es una variante del inglés que prohibe el uso de cualquier forma del verbo to be. Su objetivo es obligar al escritor a que sea más preciso, a que formule sus frases de una manera más plena de significado, más objetiva.

Si utilizásemos E-Prime para escribir la frase what is the use of a book?, escribiríamos what use does a book have?. Aunque el ejemplo más estremecedor es la transcripción del eterno to be or not to be, that is the question. Utilizando E-Prime su forma sería to act and therefore to exist or to abstain and so to disappear, that choice confronts me.

Después de experimentar el destrozo que una traducción puede ejercer sobre una evocación perfecta, incluso realizándola entre lenguajes tan similares, no me queda sino reafirmarme en mi postura de que jamás seré capaz de entender a Shakespeare. Y no me reconforta en absoluto saber que Shakespeare tampoco hubiese sido capaz de entenderme a mí.

06 noviembre 2006

O gritas tú o lo haré yo


Hoy tengo ganas de gritar.

De calzarme las botas altas y colarme de noche por tu ventana.
De pedirte alguna estupidez que nos haga sentir ridículos.
De que la luz de la luna transforme nuestras siluetas en visiones irreales.
De jugar de mentira al ratón y al gato esquivando los muebles del salón.
De quemar condicionales y miedos calándonos sin cuidado bajo copos de nieve artificial.

Hoy tengo ganas de gritar.

De que me quieras como soy.
De condenar los reproches al universo de los sinsentidos.
De que el fuego de tus ojos no se esconda a mi mirada.
De abrazarte sin fuerzas con la cabeza hundida en tu chaqueta.
De que nadie tenga que venir a rescatarme de entre los muertos.

Hoy tengo ganas de gritar.

05 noviembre 2006

Neuraliza mi neurosis, Agente K

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.


Siempre me gustó Manrique. Fue un flechazo a primera vista. En aquellos tiempos debería haber estado suspirando por las rimas de Bécquer como el resto de adolescentes de mi edad. Pero el que me encadilaba era Manrique.

He recordado esta copla plagada de sentencias inolvidables y, como suele ocurrir, mi mente ha comenzado a divagar. El sentimiento de que cualquier tiempo pasado fue mejor se identifica hoy más con el espíritu rockero que con sus verdaderos orígenes. Sin embargo, presumo que éste es un pensamiento tan antiguo como la conciencia de la humanidad en la tierra.

En ocasiones el sentimiento de hastío, de que ya no queda nada por experimentar, nos traslada hasta una nostalgia inexorable. La percepción de que nada es nuevo nos condena a un purgatorio de recuerdos adornados por la sutil zalamería de nuestros propios deseos.

He soñado que alguien inventaba un neuralizador selectivo. Uno que permitiese extirpar con delicadeza primeras experiencias. De esta manera, podríamos pedirle al médico que suprimiese nuestros recuerdos acerca de los abrazos para poder disfrutar del siguiente como si fuera el primero.

Si bien es igual de cierto que, para disfrutar otras muchas cosas, es necesario elaborar un catálogo de recuerdos que permita apreciar el evento en su verdadera magnitud. Así que el aparatito en cuestión debería ser utilizado con cuidado y tacañería.

Tal vez debieran incluir en las instrucciones algo así: "Los recuerdos perdidos no le serán devueltos".

04 noviembre 2006

Maniquí

Hace un tiempo me perdía algún sábado por la tarde entre las tiendas. Me gustaba más pasear por las tiendas del centro que el estilo de compra in vitro patrocinado por los centros comerciales. Mientras tarareaba de cabeza Busco algo barato revisaba estanterías, perchas y escaparates con premeditada pereza.

A veces descansaba un rato en una cafetería, para asimilar la diversidad de lo que me había gustado y establecer las prioridades de compra. Después volvía a cada una de las tiendas y me llevaba lo que había seleccionado sin volver a probármelo. Aunque en ocasiones, ese intermedio contemplativo me devolvía a casa con las manos vacías.

Ahora ya no paseo los sábados por la tarde. Me he acomodado. Utilizo prendas apropiadas para trabajar entre semana y el fin de semana me entrego a una comodidad desprovista de estética. Aunque siga teniendo cuidado en combinar de manera adecuada los complementos (en especial el triángulo básico zapatos-cinturón-bolso) ya no necesito estar impecable. Impecable a mis ojos.

Mi familia ha aprovechado esta merma de interés para regalarme ropa en cada una de las ocasiones especiales. Saben que antes no lo hubiese admitido. Así que aprovechan la oportunidad para expresarme su opinión acerca de cómo debería vestir. Cuando me acuerdo, trato de utilizar las prendas regaladas por la persona a la que voy a ver. Es la mejor manera de eludir críticas.

Me resulta muy divertido todo este lío. Los veo y no puedo evitar reírme al pensar que nunca olvidaron su afición por vestir muñecas.

03 noviembre 2006

Adicción

No hay mucha diferencia entre un hábito y una adicción. Sin embargo, la segunda tiene una connotación compulsiva de implicaciones poco halagüeñas. A pesar de que algunas canciones, como Addicted to Love del genuino Robert Palmer, han tratado de añadir buenas vibraciones a este término, lo cierto es que nadie desea ser un adicto.

De entre mi variado catálogo de adicciones he seleccionado una. Cada mañana, antes de entrar al trabajo, hago una parada en el bar para tomar un café, hojear la prensa y fumar el primer cigarrillo del día. Es algo a lo que me cuesta renunciar, quizá porque no haya nada malo en ello. Pero he pensado que si consigo vencer este pequeño capricho podré enfrentarme al resto de mis adicciones con mayores garantías de éxito.

Son pequeños los pasos que se dan cada día, pero empeñarse en transitar el mismo camino solo lleva a una monotonía predestinada. Deseo cambiar el ritmo. Hoy solo es un tímido movimiento de hombros, pero quizá mañana me decida y comience a caminar por peteneras.

02 noviembre 2006

Grasa de pato


-Mamá, el lavavajillas se ha atascado. ¿Te acuerdas de la cassolette del fin de semana? Pues puse los platos dentro y ahora todo sale con pegotes de grasa de pato.
-Vaya, cielo, pues no sé qué decirte. Espera que le pregunto a tu padre.

[...]

-Que dice tu padre que mires el filtro, que se ha debido "obturar".
-Ajá, el filtro. Vale, mamá ya lo miro. Gracias.

El manual de instrucciones de un electrodoméstico es la lectura más apetecible para una tarde de miércoles dominical. O al menos ayuda pensarlo así. Después de pasear por las secciones Instalación, Componentes, Uso, Averías, Problemas y Soluciones, he aprendido mucho acerca de la cultura de los lavavajillas e incluso sé como desmontar y volver a montar el filtro. Pero los platos siguen saliendo sucios.

En ocasiones me da por pensar que nos estamos complicando demasiado la vida. Con nuestra tecnología digital, nuestros estudios sobre inexistentes mercados emergentes y nuestra preocupación por una globalización en la que cada pieza se mueve en una dirección distinta. Nuestros padres saben menos de lo que sabemos nosotros. Porque lo que saben de más, ya no sirve para nada. No queda nadie a quien consultar.

Y lo que es peor, lo que siempre ha sido un desastre: nadie enseña a las personas a ser personas. Todo lo que importa es el conocimiento pero se olvida lo esencial, el comportamiento. Se supone que, después de nacer, cada cual debe aprender por sus propios medios a tratar a las personas, a satisfacer su vida mental, a capear los escrúpulos morales, a cubrir las necesidades básicas...

Quizá, el día en que se abra una escuela en la que enseñen a amar vuelva a recuperar la esperanza. Tal vez, para entonces, consiga mitigar un poco esta sensación de que nos estamos equivocando sin remedio.

01 noviembre 2006

Paseo inmóvil

Es noche de Halloween. Debería salir a pasear. Nunca encontraré un disfraz que oculte con más elegancia las ojeras sobre las que descansan mis párpados y la palidez de mi rostro. Si cruzase la puerta, con el viejo sombrero negro calado hasta la punta de la nariz, me mezclaría entre diablos y duendes para velar en un aquelarre hasta la madrugada.

Alzaríamos botellas y copas remedando una estridente queimada. Bailaríamos alrededor de una hoguera tenebrosamente proyectada desde el techo. Intercambiaríamos conjuros a gritos superando el fragor de algún son demoniaco. Y amaneceríamos exhaustos sobre la hierba del parque.

Si cruzase la puerta esta noche. Esta noche de Halloween.