30 enero 2007

24x7

Pasamos setenta y dos horas en las que solo la inapelable fisiología es capaz de imponer mínimos intervalos de ausencia. Nos cuesta un par de horas darnos los buenos días. Desayunamos con el sol en todo lo alto en cualquier bar con el mostrador repleto de cruasanes. Paseamos al compás de nuestras caderas, enlazados hasta el límite de entumecimiento de las articulaciones, cruzando las empedradas calles de esa ciudad que es todo mar.

Nos sentamos a comer frente a la pared de cristal, encarados a un agreste paisaje de olas heladas aunque no consiguen escapar del perímetro de intimidad más de un par de miradas de soslayo. Hablamos hasta quedarnos roncos, hasta que el personal reclama nuestra clemencia con educados gestos mal disimulados. Volvemos al enlace de caderas y el enlace nos devuelve al hotel. Ocupamos el menor espacio posible en los cuatro metros cuadrados de sábanas y almohadas. Mides mis ganas de algo más mientras me mezco en el vaivén de tu respiración pero solo quiero sentirme como un regalo envuelto en las lazadas de tus brazos.

Nos arreglamos por turno en el baño, aprovechando el respiro para disfrutar de un echar de menos ridículo. Cruzamos juntos la puerta giratoria del hotel y cenamos unas cuantas tapas con un par de vasos de tinto fresco. De postre, nunca habrá discusión, algo de queso, a pesar de que el camarero nos mire raro, como calibrando nuestra procedencia. Rematamos la salida con un par de cervecitas con tequila en la taberna apostados en la mesa más oscura de la sala. Volvemos a enterrarnos en las sábanas y almohadas exhaustos. Y dormimos tan cerca que la identidad de la respiración se confunde.

No consigo explicar el tiempo cuando estoy a tu lado. Ni cuando me dejas. Parece como si mi vida hubiese cambiado de escala. Y, a pesar de que la convicción de que tan solo somos pasajeros en el mismo vagón de un tren de corto recorrido es más fuerte que nunca, en este preciso instante desearía tenerte a mi lado veinticuatro por siete.

24 enero 2007

Vahídos

Esta semana solo estoy disponible en horario infantil. El precio de los excesos resulta cada vez más abusivo. A pesar de que mis pestañas comienzan a despegarse, la pereza persiste inapelable.

Dicen que todo puede comprarse. Y a mí se me ocurre soñar con un vendedor de energía. Lo sueño oscuro. Apostado en los callejones. Tal vez con una gabardina con las solapas levantadas y un sombrero con cinta. Con la espalda y la planta de su pie derecho apoyadas en la pared.

Cedo a la tentación sin remordimientos. Si las adicciones fuesen tan apetecibles como en mis sueños, no habría centro de desintoxicación capaz de desengancharme. Desearía poder echar mano de toda la energía que he disipado en la intrascendencia para invertirla a mi antojo.

Ahora es tiempo de parada y posta. Preludio de una road movie a través del temporal.

22 enero 2007

Insomnio


3 a.m. Mis nervios tienen insomnio. Me siento en la mesa de la cocina y abro el portátil para cantarles una nana. Mientras el despertador espera que lleguen las seis y cuarto.

La semana pasada, larga y tediosa como pocas de las precedentes, apenas si existe en mi memoria. Nunca aprendí a mirar por encima del hombro. Tal vez porque el cristal de las gafas no alcanza mi soslayo o quizá porque el borde de las lentillas difumina esa precisa zona de percepción. El caso es que sigo buscando el camino de salida sin preocuparme por cómo he llegado hasta aquí.

Una insistente presión tira y afloja mis deseos. "No sé lo que quiero. Aunque lo supiera, dudo que fuera capaz de dar con la manera de conseguirlo", me digo. Hago equilibrios con la necesidad de tenerte, confiando en que esta vez algún brazo de la balanza decida moverse de una maldita vez.

Como ya he dicho, no soy capaz de pararme en este preciso instante. Mi mente vuela en diferentes trayectos sobre un tiempo que nunca existirá. En paralelo, trato de engatusarla, de acariciar su testuz como si fuese un tierno cachorrón necesitado de achuchones. "Hoy mis dedos deberían ser gigantes para poder alcanzar con esa caricia tamaña dispersión espacial", me digo.

Y dejo de existir. Podría observar el mundo durante tanto tiempo que la inmovilidad me convertiría en una estatua de ojos muertos. Supongo que, como al resto, lo único que me asusta es tener que vivir. Vivir a la fuerza.

No quiero estar en otro tiempo. Ni desaparecer. Pero ocurre que pienso en ti. Y que no sé que hacer contigo. A pesar de lo que me diga, de lo que me digas y de lo que me digan.

Sigo soñando con los ojos abiertos cuando decido que Nena me empalague el oído una vez más.

4.30 a.m. Me preparo un bocadillo con pan de molde. Una capa de queso untado. Y después otras tres: canónigos, queso de cabra y ventresca. Lo envuelvo en papel de plata. Cojo una manzana de la nevera. Y una chirimoya. "Espero que tengamos nevera en las nuevas oficinas", se me ocurre. Detesto comer fruta caliente. Extiendo una servilleta sobre la encimera. Coloco en una esquina un cuchillo y una cucharilla. Enrollo el conjunto y lo meto en la bolsa. Con el bocadillo, la manzana y la chirimoya. Las reservas respecto a la disponibilidad de la nevera me aconsejan no añadir un vaso de gelatina.

"¿Dónde me llevo el agua?", me pregunto. Rebusco en el armario de los tupperwares. Escudriño la nevera. Examino un paté de hace un par de años. Lo vuelvo a dejar en su sitio. El cansancio es la mejor excusa para postergar los problemas. Aún a pesar de su aparente simplicidad. Cojo una lata de té. De ése que anuncian en la tele. "Porque yo no me cuido", me digo con una sonrisa explícita.

Y cuelgo la bolsa de plástico, no he encontrado una de cartón, en el pomo de la puerta.

5.00 a.m. Mis manos están resecas. Me parece observar membranas entre mis dedos. "Quizá me esté convirtiendo en una mutación anfibia de mi propio yo", me digo. Saco el pie izquierdo fuera de la zapatilla. Hace frío en la cocina. "Definitivamente me están saliendo membranas", concluyo.

Hoy mi dormitorio está completo. Debería haber dormido en la cama individual del cuarto, aunque sólo he aguantado allí un par de horas. Me dirigo al cuarto de baño ralentizando mis movimientos con el cuidado de un mimo profesional. Extiendo la crema por los pies. Primero por el empeine, después por la planta. Busco la lima, he visto una uña fuera de forma. Me unto las manos con grasa de salmón noruego, o eso es lo que me parece. Estudio mis ojeras en el espejo. Tal vez más tarde pueda disminuir su ostentosa presencia. "Hoy va a ser un día asqueroso", expreso con una mueca.

5.30 a.m. Decido tratar de sestear una horita, más por aburrimiento que por convencimiento. Aunque todavía me da tiempo a pensar que esta tarde no voy a llamarte, a pesar de que ayer me pareció que lo ibas a necesitar. No sé a qué achacar esta determinación. Supongo que lo mejor es repetirse lo del cansancio y lo de postegar decisiones. Para cerrar el ciclo. Para esperar que el despertador alcance las seis y media -ya he preparado la comida, así que dispongo de un cuarto de hora adicional- antes que yo.

16 enero 2007

En un arranque

Cuando creía que viajar a solas nunca volvería a ser lo mismo, he topado con un foie en micuit irrepetible, un caldo incomensurable, un queso irrenunciable y un calvados lleno de embrigadaores aromas que me han hecho recuperar la fe.

Creo en Francia. Creo en Dios. Y si mañana Helsinki no lo remedia, creeré que todo esto tiene algún sentido.

(Es cierto, me podía haber ahorrado estas palabras sin sentido, pero la sensación de éxtasis perceptivo que ahora me gobierna hubiese sido relagada al olvido. Y eso, a todas luces, es injusto)

11 enero 2007

Cerca y lejos


Hay dos libros de Paul Auster en mi mesa. Todavía huelen a nuevo y conservan sus ángulos intactos. Encima de la cómoda, imitando una disposición de escaparate, una maleta facturable y otra no facturable esperan una decisión que llevo evitando un par de días. En la percha, diametralmente opuestos, un rústico impermeable de montaña y un delicado abrigo de cachemir se escrutan evaluando sus posibilidades. Los lacerantes zapatos italianos se alinean junto a unas bastas botas algo ajadas. Dentro del cajón, reprimida la tentación de sacarla, aguarda la ropa de running. Y me recuerdo a ráfagas de impaciencia que debería lavar mi pijama favorito.

Europa espera mi visita la semana que viene y a mí solo me sobran las ganas de quedarme. Por eso las voy a asesinar con palabras escritas y melodías al oído. Asfixiaré su incesante letanía enlazándolas a la fuerza en interminables jornadas de vacuos conjuros. Y las sepultaré bajo losas de estúpidas bromas correspondidas en restaurantes de moda.

Hoy me siento tan invulnerable que sería incluso capaz de exponerme al agua. Os recomiendo que acepteis mi consejo: no se os ocurra apostar por alguien que no sea yo. Esta carrera está amañada de antemano.

10 enero 2007

Tiritona


Tirito. Siento llegar los escalofríos desde los riñones y me estremezco cuando explotan en oleadas hasta mis hombros. Apenas consigo teclear estas palabras, los dedos se han convertido en témpanos inarticulados. Me calo el sombrero, me ciño la capa y bajo la barbilla. Pero el frío sigue extendiéndose incólume hacia los extremos de mi anatomía.

Ya no me divierte volar por los tejados y perpetrar maldades. Aunque sea mi obligación. Antes no me afectaban las inclemencias del tiempo ni distraían mi cabeza consideraciones éticas... Pero ¿antes de qué?, me pregunto.

La inseguridad ha plastificado mis neuronas de confusión, ha idiotizado pensamientos a mansalva y está comenzando a tomar el control de mi sistema nervioso. Siempre supe lo que era y ahora, que todo se pone en duda, sé que siempre estuve en un error.

Me siento sobre un tejado nevado de niebla y tiro la escoba a un lado. Las personas interpretan bajo mis pies la vida sin obstáculos. Yo sigo aferrando el cuello de mi capa con las manos dentro de las mangas mientras las miro sin observar. Y tirito.

Una de dos. O nunca antes había tiritado o ya no recordaba esta desagradable sensación.

09 enero 2007

Hablar por hablar


-Esto de tener más manos me está viniendo fenomenal.
-¿Tienes más manos? ¿Como cuántas? ¿Un par más?
-No, ahora soy más bien como la diosa esa, ¿cómo se llama?
-¿Shiva? No, eso era un tío... ¿Kali? Pues va a resultar un fastidio, ¡tendrás que renovar todo tu armario!
-No hay problema. Ésa para mí es una buena noticia.
-Cierto. No había caído. Pero te saldrá por una pasta con tanto viaje a la India.
-¡Qué va!, ¡qué va! Si puedo traerme directamente los contenedores de allí. Y encima lo que ahorro en muebles. Ya estoy viendo un monísimo contenedor azul al fondo de la terraza.
-Eso sí, pero oye ¿las manos te salen de la espalda o del costado?
-Mmmm. No sé. Ni idea. Con tanto hombro supongo que de la espalda.
-¡Adiós a las mochilas! Y complicado lo de llevar bolso.
-¡Serás agonías!
-Y que sepas que tiene la piel azul.
-Joder, pues da igual, soy una Kali europea con la piel verde, ¿Satisfecho?
-Sí, siempre que me expliques las vicisitudes de una diosa que hace yoga en sus ratos libres. Porque eso es una paradoja, ¿no?

Clic!

08 enero 2007

Maremoto

Descubro, sorprendido el asfixio, que ya no queda aire a ras de suelo. "Será porque nos lo hemos bebido todo", pienso. Nos elevamos medio metro y comprobamos que el ambiente sigue tan enrarecido como abajo.

Contenemos la respiración mientras nos hacemos señas de buceador con ojos sonrientes. Aleteamos en la primera dirección que se nos ocurre sin atisbar salida alguna y volvemos de nuevo al inicio. El aire se ha inundado por completo. Y las dimensiones han rotado sin sentido.

-¿Una enorme ola? -te dibujo improvisando un Pictionary submarino.
-No -aseguras meneando con energía la cabeza-, ¡te olvidaste de cerrar el grifo! -me explicas apuntando con el dedo.

Cuando consigo cerrar el dichoso grifo, el aire vuelve a ganarle la partida al agua. Los cabellos suspendidos retornan su peso a los hombros aliviando la sensación de ingravidez y nuestras desafiantes miradas chocan con nitidez. Todo lo que se escucha es un revoltoso silencio a la espera.

-¿Cuánto tiempo eres capaz de aguantar la respiración? -bromeas mientras vuelves a abrirlo.

06 enero 2007

Reconstruir el tiempo

Paseamos nuestros besos por calles, bares y soportales como si hubiésemos sido poseídos por un travieso espíritu quinceañero. A pesar de que las arrugas son más evidentes que nunca.

Me pierdo en los hoyuelos de tu sonrisa esperando dar con la única clave válida mientras tú buscas mi mirada de reojo para asegurarte de que aún sigo contigo. Y nos quedamos enlazados en el preciso instante en el que la importancia se esfuma del diccionario.

No hay futuro que pueda predecirse. Pero hoy, más que nunca, desearía que la maldita Dorothy no hubiese hecho añicos mi bola de cristal. Todo era más sencillo cuando sabía lo que vendría. Y todo resulta ahora más emocionante.

Siento como si el tiempo se hubiese bifurcado en tantos añicos que soy incapaz de elegir un camino. Ahora que todo es posible, sueño con encontrarte en todos los momentos a la vez. Coge mi mano y sigamos el camino de baldosas amarillas. Que el trecho hasta el primer desvío aún es largo y ni siquiera sabemos si las fuerzas alcanzarán para llegar hasta allí. Que, aunque mi magia se haya mojado, sigo acurrucada en el alero del puchero.

Espera a que consiga esa rara mandrágora. Y todo volverá a ser como antes. Como cuando mi bola estaba intacta.

01 enero 2007

En los arrabales de la confusión

Me siento latiendo a contrapié. Escucho los compases iniciales de una dulce melodía tiempo atrás olvidada a una octava de distancia. Percibo con impotencia como mi alma suena desafinada. Y no comprendo el por qué de este pertinaz déjà vu que difumina mi percepción desde hace unos días.

En mis papilas, el confuso sabor agridulce de anoche estimula un desasosiego provocado por la nostalgia. Ya estoy comenzándome a echarme de menos. Y esto no ha hecho más que empezar.

Soy unas cuantas personas, quizá cientos. Pero confío en encontrar el espacio suficiente para las pasiones de todas. Porque ahora lo único que consigo enfocar es el agobio de lo irresoluble.

Me cuelo entre las socarronas marionetas, discordando en los acordes de It's only for now, para que leas mis labios y sepas lo que siento justo en el número previo a la caída del telón. Porque solo tus aplausos podrán salvarme.

Aplaude, silba, vitorea, patalea. Y devuélveme el tono de esta balada inacabada.