05 julio 2007

En la derivada de una función desconocida


Tras la estela de los tres ciclistas que cruzaban por delante del morro de mi coche anclado en un cada vez menos novedoso atasco, los pensamientos vagabundeaban hacia la conciencia del cambio que se ha urdido en esta ciudad en unos pocos meses.

Lo que fueron viejas avenidas transitadas con fluidez por vehículos y peatones, son ahora trayectos obstaculizados por vallas amarillas y variopintas señales. La falta de costumbre de los residentes habituales amalgamada con la inexperiencia de los recién llegados se cocina en una estrambótica sartén de teflón rayado para crear recetas de digestión incierta. Todo a mi alrededor parece haber cambiado. La cálida e inamovible sensación de hogar -y es que todos necesitamos un lugar al que llamar casa- ha sido sustituida por un inquietante vaivén de visita.

Quizá esta súbita zozobra que se ha ido apoderando con sigilo de mi pensar sea la que ha desencadenado el suceder de los momentos que me han llevado hasta el punto en el que me encuentro: medito una posibilidad que cambiaría la identidad del que me paga a fin de mes.
Pongo pesas en una balanza imaginaria por ver si algún movimiento rompe el equilibrio que mantiene sus brazos en cruz. Aunque es un ejercicio difícil, ya que en este escenario inventado ni está marcado el peso en el lateral de las pesas ni rige gravedad matemática.

Existen incontables razonamientos para prolongar el juego de manera indefinida. Sin embargo, hay uno que es capaz de liberar la inexistente tensión ipso facto: ¿Te apetece? Pues mira, hoy estoy de que sí. A lo mejor, después de todo, esto es precisamente lo que me apetece.

2 comentarios:

Ale dijo...

que bien escribes a jugar

Alnitak dijo...

Pues adelante, yo soy partidaria de los cambios, cuando se necesitan es siempre lo mejor que sienta...