27 febrero 2007

Vida con color de febrero

Fue un febrero aciago, marcado con dos tétricos crespones: uno el siete y otro el veintisiete. Fue uno de esos febreros que hacen que los demás febreros ya nunca sean un mes como cualquier otro. De esos que se disfrazan con un carnavalesco ya nada volverá a ser igual.

Ayer corría por las calles encarnando mi presencia de recuerdos a juego con la vestimenta negra, dejando escapar las zancadas al compás de un rítmico comezón del alma, cuando sentí como el interruptor cedía. Quizá por la cadencia de las notas o tal vez por la extraña lucidez que trae a la memoria la muerte.

Ocurrió que comencé a sonreír, que mis pasos se acoplaron con la música y que la carrera se convirtió en un tontorrón baile de éxtasis mal disimulado. Y entonces supe que a partir de ahora, cada febrero, acompañaré a los vivos en su inapelable nostalgia mientras dibujo carcajadas al viento.

Porque su memoria, como la mía, solo puede existir extirpada del tiempo. Porque no hay mejor manera de recordar la muerte que ejercitar sin medida la vida.

13 febrero 2007

Ausencia injusticable

Todo comenzó con el cambio de oficina. Las ventajas de trabajar en un polígono resultan tan abundantes como los inconvenientes. Sigo sin asimilar tener que levantarme una hora más temprano por la mañana y, aunque salgo antes por las tardes, el cansancio suele evitar que aproveche el día de la misma manera en la que lo hacía antes.

También estás tú. Que entraste en mi vida sin avisar, sin que yo te diese permiso. No ocupas demasiado mi tiempo. Quizá incluso lo ocupas menos de lo que desearías. Pero has generado en mi voluntad deseos que había olvidado.

Dedico más tiempo a correr porque detesto que me abraces por la espalda y apoyes tus manos en la orondez de mi cintura. Me ocupo más de la casa porque adoro que te sientas a gusto cuando gastamos alguna tarde de pereza acurrucados en el sofá. Y cuido de mi encrespado cabello, de mis insoslayables ojeras, de mis rebeldes uñas, de la aspereza de mis manos, de la sequedad de mis labios y de la frescura de mi aliento con más ahinco que nunca.

Además está lo del ascenso. Que no es un ascenso en sí, pero que me obliga a viajar más de la cuenta y que devora la dedicación de mis neuronas sin compasión ni mesura.

El hecho es que no encuentro las fuerzas ni las ganas para tomarme un respiro. Parece como si un devorador de tiempo y energía me hubiese hecho su presa. Y no hay escapatoria posible.

De momento lo tomo como un stand by. Más adelante descubriré si, en realidad, se trata de un au revoir.

01 febrero 2007

El cuento de nunca acabar

Me he levantado a las seis y media. He tomado un café fumando un cigarrillo, he tomado una ducha evitando desenlazar las pestañas y he restaurado mi cara aplicándome con cierta pereza. He elegido una combinación que hacía tiempo que no me ponía más por disponibilidad que por gusto.

He conducido hasta el trabajo. He invertido cuatro horas en seis tareas distintas, en comerme una manzana delante del ordenador y en fumar un cigarrillo con una amiga en la terraza del piso superior.

He conducido hasta la estación. He comido un sandwich vegetal y he bebido un botellín de agua. He dormitado en el tren de mediodía. He tomado un cercanías. He asistido a una reunión de un par de horas con un tipo al que no conocía. He tomado el mismo cercanías que antes pero en sentido inverso. He comprobado que el siguiente tren de vuelta estaba completo.

He tomado un café con sirope de avellana y nata en un Starbucks mientras ordenaba las notas de la reunión. He tomado el tren de vuelta. He escrito el acta de la reunión y un plan de actuación con el portátil en el asiento. He hablado por teléfono con mi jefe media hora. He conducido hasta casa.

He completado el acta y el plan según las indicaciones recibidas en la referida conversación telefónica. He enchufado el portátil al router -no funcionaba el WiFi, ni ganas me quedaban de saber por qué- y he enviado la información por correo electrónico. He picoteado un par de barritas de pan.

Y ahora, que son las diez y media, voy a desplomarme en la cama. Porque mañana tengo que levantarme a las seis y media...