30 diciembre 2006

Ese estraño ser que me habita

Hoy me llamo Pedro. He cambiado mi túnica negra por otra más andrajosa. Y me he pegado barba. También me he esmerado en raspar mi piel verde para que parezca más curtida.

Incluso me he desecho de las preciosas botas negras puntiagudas de tacón de aguja -sí, a las brujas también nos gustan los Manolos- y me he calzado unas polvorientas sandalias de tiras. Para rematar la transformación he tijereteado mi cabello y lo he encrespado con desorden.

A simple vista no se percibe diferencia, cualquiera que me viese diría que soy Pedro. Sin embargo, yo aún voy por la segunda negación. Pero todo llegará, creedme. La tercera, los llantos, el arrepentimiento,... Al tiempo.

Hoy soy lo que nunca quise ser, lo que negué en voz alta sin descanso. Y, aunque no me guste, no me queda más remedio que observar el reflejo de mi imagen para asentir con la mirada vidriosa.

Lo único que deseo es no estar un fatal error de apreciación, porque Judas y Pedro tenían un look siniestramente similar.

29 diciembre 2006

Finta inconclusa

Cuando se queda a comer con amigas a las que no se ve hace tiempo, se espera una sobremesa de puesta al día y cotilleos por doquier. Cuando apareces por la puerta y descubres un convidado adicional, descubres que su plan no era el mismo que el tuyo.

Odio que me preparen citas a ciegas. Y detesto que lo hagan sin consultarme.

Al final, aunque el elemento sobrante me ha parecido una monada a pesar de su reiteración en temas que sospecho le habían chivado, hemos comedido nuestras palabras más de lo que hubiese deseado. Tal vez mi predisposición sea demasiado dogmática, pero soy incapaz de amoldarme a situaciones dispuestas por otros.

Desearía poder disfrutar de la vida tal y como viene o tal y como la traen los demás. Pero no puedo evitar sentir la estafa a mis ilusiones por culpa de una tarde condicionada de antemano.

28 diciembre 2006

Three in a row & Viva la France


Mientras los ciudadanos andan con la espalda encorvada en un fútil intento de encontrar calor y entornan los ojos tratando de entrever algo a través de la fastidiosa niebla, me tumbo sobre la cima para disfrutar de la luz del sol, de su calor y del silencio de la soledad. Incluso aprovecho para echar un leve sueñecito. Después, en el coche, sonrío al comprobar que tengo la nariz roja. Me digo que ya utilizaré los potingues adecuados para disimularla en la ceremoniosa comida de mañana. Porque hoy no hay nada por lo que preocuparse. Y me acuerdo con empalagosa nostalgia de aquel refrán infantil que solía soltar a troche y moche mi admirado monitor: "Niebla en el valle, montañero a la calle. Niebla en la montaña, montañero a la cabaña."

Así, bajo la tibieza de ese cálido momento, decido enfilar el coche hacia Francia. Saqueo un supermercado lleno de delicatessen pasándome por el forro el límite de la tarjeta de crédito. Y conduzco de vuelta ausentándome del atasco mientras canto a voz en grito cualquier canción que el reproductor tenga a bien elegir.

Porque la felicidad es así de tonta, sencilla y efímera. Porque cuando llega te revienta los sentidos y no hay contrapartida capaz de empañarla.

okay, now to the left - no, my left - ohhhhhhhhhhhh!

27 diciembre 2006

Salvaje


Pasamos el día juntos, atravesando una montaña de sol benevolente y árboles frondosos. Los animales se acercan a nosotros sin miedo. El día transcurre mecido por palabras intrascendentes y filosóficas panorámicas sobre piedra adornada de blanco. Tú y yo. Que tan poco tenemos en común.

Me gustaría inventar lugares en los que no existiesen las personas... ¡Qué demonios! No querría ser capaz de inventarlos, desearía ser capaz de crearlos. Universos en los que los seres humanos fuesen tan solo difusas pinceladas sin detalle. Mundos de sentimientos por catálogo, un espacio en el que solo estuviese permitido enlazar momentos y sensaciones. La esencia del instante adecuado.

Porque el tejido vital solo recuerda momentos. Porque los procesos y las evoluciones solo son quimeras de sueños rotos. ¡Átame al tic tac de tus caderas! Y prometo no quejarme por el balanceo.

26 diciembre 2006

A paseo el piolet


Hoy me he levantado más verde de lo normal. Supongo que la estela de la excesiva Navidad se había extendido por mis poros como una virulenta plaga de lividez. Me he duchado, he hecho la mochila en diez minutos, he desayunado un café de pie y he bajado al garaje. Me apetecía llenarme de aire frío.

Hasta ahí podría haber sido otro de tantos días en los que escapo a la montaña a espantar mis males. Pero hoy se han dado dos circunstancias que me desconciertan. Mientras conducía hacia el punto de partida, en una de esas curvas de herradura con el firme helado, el coche ha culeado. Mi respuesta habitual hubiese sido una sonrisa con tintes divertidos. Sin embargo, esta mañana un presentimiento oscuro ha cruzado mi semblante en ese instante y he fruncido el ceño con preocupación. Aún a pesar de que a diez por hora el riesgo es mínimo y calculado, de que no hay nada por lo que asustarse.

Más tarde, cuando descendía de la cima sobre nieve dura, he resbalado con los dos pies un par de metros y he tenido que hacer una parada con el piolet. En otras ocasiones ese hecho hubiera provocado la misma sonrisa divertida de la que os hablaba. Como supondréis, esta mañana me he quedado con la tez a juego con la nieve, sintiendo a flor de piel un peligro magnificado: había un terraplén a seis o siete metros, eso es todo lo que hubiese podido descender sin control.

No entiendo lo que me pasa. ¿De dónde ha salido este miedo? Tal vez la perdida oportunidad de sentirme de nuevo bajo la protección de una pareja haya agitado alguna de mis inquietudes dormidas. No es que me disguste disfrutar de estos pequeños miedos, lo que me aterra es el cambio. Y más que el propio cambio: desconocer el motivo del cambio.

Cuando conducía de vuelta he tratado de describirme esta nueva sensación, hace un rato he dado con una imagen que la describe con bastante nitidez. Llevo tiempo sintiéndome como el juguete predilecto del dueño, almacenado en mi envoltorio original en algún lugar preferente de la trastienda para único deleite del propietario. Pero ahora me siento uno de tantos juguetes, un artilugio expuesto en el escaparate con un cartelón estridente de "REBAJADO" sobre la cabeza. Se podría decir que ahora, más que nunca, estoy de oferta.

20 diciembre 2006

La paradoja del cuervo

Estaba leyendo en el blog de If sus reflexiones acerca de la deducción basada en la observación cuando he sentido que había algo extraño en mi percepción del razonamiento. Dado que sus palabras se secuenciaban con la puntería afinada he pensado que era mi propio intelecto el que las estaba distorsionando. Así que me he puesto a darle vueltas al asunto.

Tras un rato, me he dado cuenta de que allí donde aparecía intuición yo entendía inducción. Quizá haya sido el aparente paralelismo fonético el que ha emborronado mis conceptos. Pero cuando leo ese texto solo me resulta entendible realizando esa sustitución.

Este descubrimiento me ha hecho pensar en la paradoja de los cuervos*. Al terminar de revisarla me ha quedado claro que en mi entendimiento no existe diferencia entre intuición e inducción. Para mí, son sinónimos.

Mi única conclusión -no sé si obtenida por observación, deducción, intuición o inducción- es que no creo en la existencia de la intuición. Aunque hasta ahora no hubiese sido consciente de ello.

* Cada vez que observamos un cuervo negro, fortalecemos nuestra creencia en la hipótesis "todos los cuervos son negros". Si pensamos en su equivalencia lógica "todas las cosas que no son negras no son cuervos" deberíamos admitir que el hecho de observar una manzana roja fortalecería igualmente la creencia en "todos los cuervos son negros".

P.D. Sinceramente, no me imagino pensando: "¡Mira! Un autobús rojo. Sabía que no era un cuervo... ¡Te lo dije!"

19 diciembre 2006

El amo y su idiosincrasia

Just give me a number
Instead of my name
Forget all about me

And let me decay
I do not matter,
I'm only one person

Destroy me completely
Then throw me away
If my life were important
I
Would ask will I live or die
But I know the answers lie
Far from this world

Close Every Door - Joseph and the Amazing Technicolor Dreamcoat


Cuando las ilusiones escapan hacia dimensiones inalcanzables, solo queda cantar la rabia. Revestirla con el único manto de sueños multicolor capaz de amansarla. Y buscar en la noche algún brillo fugaz que refleje su brío en los ojos marchitos.

Porque la vida no es justa, ni maldita la falta que hace. Porque no hay palabras que puedan consolarte. Porque quiero que cantes conmigo como ayer hasta que nos desgañitemos las ganas. Y porque solo tú tienes el poder de prevalecer.

No olvides que nada de esto es real, que lo esencial se oculta a la vista cuando son engatusados los sentidos. Y huye lejos de este mundo, que ya nos ocuparemos a la vuelta de ponerlo todo en su sitio.

18 diciembre 2006

Caída libre


No voy a ser cruel. Ni egoísta. Tan solo voy a hacer lo que sabía debía hacer desde el primer instante. Sé que las consecuencias serán devastadoras. No serán apocalípticas. La hierba volverá a crecer. Tarde o temprano.

Tengo tanta suerte que mis propias palabras son arrastradas por la brisa hasta mis oídos aún después de haberlas sepultado bajo losas de frío miedo.

Voluntad, control y frialdad. Lo que en otras ocasiones pudo resultar un lastre es ahora lo único que podrá salvarme de la aniquilación.

Esta caída me va a doler, aunque sepa que de seguir escalando, el golpe hubiese sido mucho más brutal. Ya estoy encogiendo el cuerpo para protegerme. Click! El mosquetón que me amarraba a la cuerda acaba de estallar en mil pedazos...

17 diciembre 2006

Uno más del rebaño

"¿El Mago de Oz es bueno o malo?", me preguntó Fran mientras tomábamos una cerveza a la salida de Wicked. Pensé entonces que era una duda razonable para alguien que se acercaba por primera vez al mundo de Oz. En el fondo, de eso es de lo que tratan la mayoría de las historias, de míseros héroes desharrapados luchando por derrotar a flamantes malvados todopoderosos.

En Wicked, el carácter equívoco del Mago de Oz es reproducido y respetado según la narración original de L. Frank Baum*. Es el único personaje que no ha sufrido alteración alguna en este sentido. He estado un tiempo buscando una explicación satisfactoria para esta anomalía, es en lo que suelo entretenerme en mis tardes de hastío mental. Y creo haber dado con la clave.

El Mago de Oz, y esto es lo que respondí en aquella taberna, no es bueno ni malo. El Mago de Oz es un embaucador nato, un farsante. Pero no es un farsante cualquiera. Es un farsante con encanto, un tipo de ilusionista sin escrúpulos creador de fantasías que lo salven de él mismo. El Mago de Oz no podía soportarse. Imagino que se detestaba con saña. Así que edulcoraba la propia visión de su persona con añadidos que disfrazaran su verdadera esencia.

Él era el mejor de los ilusionistas. Tanto es así que era el único capaz de convertir cualquier ilusión en realidad para cualquier observador. No había fisuras en la construcción de sus imágenes. Esa es la característica que lo hace indeformable. Nadie puede definir al Mago de Oz a excepción del propio Mago de Oz. Y esa era, en esencia, la más arcana de sus artes.

* L. Frank Baum (el-fa-ba). El nombre de la Malvada Bruja del Oeste -Elphaba- es un homenaje de Gregory Maguire, autor de Wicked, al creador del universo de Oz.

16 diciembre 2006

¿Estaré siendo cruel?


En la segunda cita hablamos tres horas y media por teléfono. Me alivia comprobar que ya comienza a descubrir que no soy lo que esperaba. Para la tercera cita, aún no lo sabe pero será el viernes que viene, cena a la francesa y musical. Si después de eso sigue pensando que existe alguna posibilidad de encaje, no podré culparme. Habré hecho todo lo que estaba en mi mano para que lo entienda.

Mientras tanto disfrutaré de los momentos, que por algo son tan escasos. Aunque sea incapaz de asimilar su persistencia. ¿Por qué se empeñará en perseguirme? No puedo imaginar una persona más vulgar en inteligencia, belleza y actitud que yo. Y esto no es una reflexión nacida de la falsa modestia o de la autolesión, tan solo el producto de una mirada objetiva y desapasionada.

Debería aprender a herir sentimientos. A herirlos a conciencia, me refiero. Es algo que hago a menudo de modo inconsciente. Tal vez si supiera hacerlo no me encontraría en medio de estos estrambóticos líos. Aunque, por otro lado, comienzo a pensar que quizá lo que precisamente me guste sean estos líos.

14 diciembre 2006

El límite de la ambición


Reconozco habérmelo repetido hasta la saciedad, pero esta vez va en serio. Voy a escribir un libro.

No sé cómo se escribe un libro, ni siquiera me he interesado por las técnicas de escritura o los procesos creativos. Imagino que cada autor encontrará una manera que se ajuste a su ritmo y capacidades. Así que he decidido crear la mía.

La primera decisión que he tomado ha sido comprarme un cuaderno. Uno de esos cuadernos grandes que contienen hojas de diferentes colores. Me gusta utilizar el boli bic y el ordenador atenaza demasiado mi creatividad, me obliga a ser mucho más formal y purista. Deseo disfrutar de los trazos y enlazar las palabras sin la tensión del editor de texto.

Comenzaré el trabajo elaborando un catálogo de curiosidades personales que recopilaré de entre mis viejos escritos. En este compendio incluiré detalles de comportamiento que me resulten llamativos. Así, en fases sucesivas, me servirá como material de referencia para definir cualidades que no pueden expresarse por mera adjetivación.

A continuación esbozaré personajes. Todavía no sé cuantos, aunque vaticino que en su mayoría serán mujeres. Escribiré esbozos independientes de personas por las que sienta atracción, odio, empatía, ternura o compasión. Una galería de seres cualesquiera sin lugar de referencia alguno.

También necesitaré un mundo en el que desenvuelvan esos personajes. Sé que no será la realidad, puesto que jamás he sido capaz de entender sus reglas. Así que crearé una utopía o una fantasía. Me siento más a gusto en las utopías, mi imaginación no es tan extensa como para crear todos los detalles imprescindibles en un universo inventado. Aunque no descarto acercarme a una fantasía extraña y sencilla. En cualquiera de los dos casos tengo la seguridad de que ese mundo será oscuro.

Una vez que tenga los personajes y el escenario idearé la historia. No deseo un argumento genial o un enredo brillante, tan solo una trama que me proporcione la suficiente comodidad para trazar las líneas que cruzarán los caminos de los protagonistas sin recurrir a artificiosas fintas. Odio perder el hilo cuando estoy leyendo. O tener que retroceder unas cuantas páginas para entender por qué la historia ha llegado a ese punto.

Entonces llegará el momento de definir cada capítulo, de distribuir el contenido y el tono de la narración en partes. Cuando tenga esta estructura anotaré en cada título uno o varios libros de referencia para predisponer mi mente a la emoción requerida apoyándome en su lectura. Siempre han influido de manera perceptible las letras en mi estado de ánimo. Quizá deba incluir también algún musical a la par que los libros.

En ese momento ya lo tendré todo preparado para redactar la historia capítulo a capítulo. Supongo que lo haré en desorden, confiando la distribución de mis esfuerzos al interés o las ganas. Cuando el libro haya tomado forma lo leeré de principio a fin para realizar anotaciones que me ayuden a aligerar o espesar la mezcla. Ése es el manuscrito que mecanografiaré en el ordenador.

Finalmente, tras las oportunas correcciones, lo distribuiré a mi gente, que su opinión tal vez sea la única con la que voy a contar.

No va a ser un trabajo de unas semanas, sospecho que ni siquiera de unos meses, y el resultado tal vez sea ilegible y tedioso. Pero quiero hacerlo. Y hacerlo con calma, disfrutando de cada una de las etapas. Solo por dejar de repetirme una y otra vez aquello de voy a escribir un libro.

13 diciembre 2006

A la sombra de una ilusión

Con los brazos estirados, descansando las manos sobre los tobillos, apoyo mi cara ladeada entre los muslos. Me encuentro relajada en la aterciopelada oscuridad que envuelve el silencio. Mis ojos están cerrados y por mi mente flotan destellos de colores pastel. Estoy a punto de dormirme de pura placidez, aletargada en un tiempo que discurre sin medida.

De súbito la luz envuelve mi mundo. Me levanto grácil de un salto, componiendo una sonrisa de fábula mil veces ensayada. Erguida con orgullo ejecuto precisa mi baile acompasando los sinuosos movimientos entre los acordes de la melodía que destella las conexiones de mi memoria. Ta-tá, ta-tá, tá, ta-tá, tá... De vez en cuando echo una mirada de reojo al público. Los ojos de una niña recorren mi tutú, el teatro de terciopelo y el reflejo del cristal sin posarse más de un segundo en cada detalle.

Cuando la danza llega a su fin mantengo firme la pose final, ese exquisito saludo que me fue enseñado en un tiempo que ya no recuerdo, aguardando el suave clac que me devuelva a la oscuridad, al silencio y al letargo. Aguardar ese mudo aplauso es el instante más excitante de todo el recital. Aunque a veces tenga que ver mermado su éxtasis ante la apresurada petición de un bis.

Hoy ha sido perfecto. La niña ha satisfecho su ilusión con un solo pase y me ha devuelto según lo pactado a mi mundo a esperar la siguiente oportunidad para mostrarme en todo mi esplendor. Y es que, a qué negarlo, adoro lucirme ante ella. Le he tomado mucho cariño. Tanto que sé que lloraré el día que crezca. El día en que deje de amarme.

12 diciembre 2006

Un suspiro

En un día normal tengo suficiente trabajo como para llenar por completo mi jornada laboral, aunque es habitual que me lleve algo más de tiempo per se. Cuando las cosas se tuercen, como hoy, me encuentro a las siete y media de la tarde con dos horas de trabajo todavía por delante. Así que me echo el portátil al hombro, me voy para casa, hago la compra, pongo la colada y me siento aquí un momento a reposar el mal trago. Después conectaré el maldito portátil y continuaré la jornada hasta que el cansancio me obligue a derrumbarme en la cama. Y es que el rol de working girl es cada día interpretado por un abanico más amplio de grises masas humanas semovientes.

Esta es mi manera de prepararme para afrontar sin estrés dañino el día a día. Sentarme delante del ordenador y vomitar unas cuantas frases sin sentido que me ayuden a relativizar la urgencia. Descansar mi cabeza unos instantes del incesante giro al que la vida somete mi rueda.

Porque necesito mi tiempo. Un tiempo que no quiero compartir con nadie, que no puedo compartir con nadie. Aunque estas palabras parezcan egoístas y desquiciadas. Hay gente a la que su tiempo se le hace cuesta arriba, que necesita llenar cada momento con la compañía adecuada. No es que los compadezca, ni que quiera ser como ellos, tan solo es que me parecen tan extraños como incomprensibles.

La única duda que me asalta es el modo en el que empleo este tiempo que es mío. Danza por mi mente la idea de dedicarlo a otras cosas más productivas, pero siempre acabo desechando las alternativas. Por pura pereza, supongo. Sin embargo, últimamente siento que el momento de ese cambio de actitud está al acecho.

Quizá debiera intentarlo. Tal vez sea ya hora de olvidar la huida y dejarme atrapar por la bestia.

11 diciembre 2006

There's no place like home

Avenue Q

Wicked

Pasear por los parques

Riggwelter o las ovejas que no se pueden dar la vuelta

Un par de caprichos


Y los cafés de nuez en los Starbucks. Y la cena en Chinatown. Y comer donuts en Harrods. Y desayunar fish and chips. Y curiosear por Portobello. Y la tienda gourmet de Picadilly. Y la misa cantada de Westminster. Y caminar de noche por Buckingham... Y cientos de cosas que ahora recuerdo como pequeños destellos de sonrisas.

Pero la experiencia de disfrutar de Wicked desde el centro de la fila H, con las notas de Idina provocando una y otra vez escalofríos de emoción, es algo que nunca podré olvidar.

"El año que viene nos vamos a Broadway", nos hemos prometido.

06 diciembre 2006

Reverdecer


The Pillow Book (1996) - Peter Greenaway

Es el olvidado placer de trazar palabras el que ha devuelto la sonrisa a mi imaginación. Un incesante escalofrío recorre travieso capilares de arterias en ebullición. Tengo los nervios a flor de piel. Tanto, que si me tocases, me derretiría sin lucha.

No sé quién eres. No sé donde estás. Ni siquiera sé si acaso seré capaz de encontrarte. Pero si hoy estuvieses aquí, si hubieses estado a mi lado ante la avalancha de tinta sobre piel, te iba a resultar imposible huir de mí.

Quiero que me decores con tus propias palabras. ¡Caligrafíame la piel!

05 diciembre 2006

My way



He tomado asiento en la proa, con el viento desafiando el calado de mi sombrero, para disfrutar de las burbujeantes olas que chocan contra el casco. ¡Con el miedo que le tengo al agua! Y ahí me tenéis, desafiando a la espuma que gorgotea en amenazantes jirones a mi alrededor.

El viento soleado se cuela a través de los remiendos del ajado velamen justo hacia el punto en que las raíces de mi ralo cabello dejan desprotegida la anhelante nuca. Escucho los gritos de los marineros dándose órdenes y contraordenes en un idioma extraño. Y aislo la confortable sensación de plácida calma de ese universo en movimiento.

Quiero quedarme aquí. Oteando el mundo sin deformarlo. Esperando que cada segundo suceda al siguiente para poder disfrutar de un racha de brisa más, del ladrido de otro arcano sonido, de las peligrosas borlas de espuma,...

Voy a quedarme aquí a mi manera.

04 diciembre 2006

Dispersión... hacía mucho tiempo que no usaba esta palabra

"Julieta, ya desde muy pequeña, odiaba las frases hechas. Era un odio ajeno a cualquier manía irracional, pues estaba fundado en un profundo trauma infantil. Cuando apenas contaba cinco años, Julieta perdió a sus padres en el supermercado. En ocasiones le gustaba estar sola para admirar las orondas formas de los boniatos o para adivinar cual era el huevo más grande de toda la estantería. Aquel día, cuando ya se había aburrido de estar perdida, volvió a por sus padres al pasillo de las conservas. Pero allí donde esperaba encontrar a su agobiada madre solo halló vacío.

Repitió la operación en los lácteos, las bebidas y la fruta. Con el mismo resultado. Cada fracaso hacía que su desasosiego alcanzase cotas impropias para una chiquilla de su edad. Después de realizar un último intento en los quesos, Julieta se sentó en el suelo y se puso a llorar como una madalena. Tengo los nervios de punta, pensó. Era una frase que había escuchado mucho a su madre...."


Estaba escribiendo esta historia. Había pensado que sería divertido que las frases coloquiales traspasen la barrera de lo metafórico para convertise en expresiones físicas. El caso es que, conforme la escribía, la idea se ha ido diluyendo y he sido incapaz de recuperar la concentración necesaria para volver a formarla.

Es un insistente ruido de fondo el que me impide sacar a la luz los sueños de mi acelerada cabeza. ¿Por qué no puedo acallarlo? ¿Qué es lo que lo hace tan fuerte? No consigo contestar tampoco a esas preguntas. Supongo que el raciocinio también está afectado por las interferencias. ¿Acabaré por sucumbir a esta sordera perceptiva?

No debería asustarme tanto. No debería perseguir las explicaciones con tanto ahínco, como si el sentido fuese lo único relevante en mi existencia. Me tumbaré un rato en el sofá para escuchar con calma el rumor, al abrigo de la manta de cuadros. Me imaginaré yaciendo a la orilla del mar, meciéndome en el rítmico soniquete de las olas rompiendo perezosas. Tal vez tanto zarandeo auditivo me traiga un plácido sueño y tal vez, mañana, esta ridícula tontería se haya volatilizado.

03 diciembre 2006

Promesa de sonrisas


Si supieras cuanto tiempo gasto al día para no pensar en ti.
Si supieras cuanto daño me hace tu sonrisa en mi cabeza.

Tal vez sea un empacho de Nena. Pero en la última semana, en la que me han llamado egoísta (varias veces), en la que me han dicho que es extraño que me preocupe más por los desconocidos que por los que tengo a mi lado, en la que me han pronosticado un futuro de soledad irresoluble, en esta precisa semana, me siento fenomenal. De hecho, me siento mejor de lo que soy capaz de recordar.

Quizá haya sido porque he estado revisando el trastero. Y porque allí, entre bártulos apilados milimétricamente, he recordado en un suspiro los últimos años como si no hubiese sido consciente hasta ahora de los cambios que han dequiciado mi vida en ese tiempo. Pero me he dado cuenta de que no hay más destino que mi destino, ni más felicidad que la que quiera atrapar.

The show must go on, I want to break free... Me voy a poner el bigote de pega, cogeré con fuerza la aspiradora y me ceñiré la bata rosa. Hay vida que pasa fugaz debajo de mi ventana, un perfecto torrente para zambullirse en un clavado con doble tirabuzón invertido. Lo único que temo es que se descoloquen mucho los rulos. Odiaría emerger ante los jueces como un adefesio.

Esto no es lo que quiero.
Que no me rompan las ilusiones.
...
Para hacerme feliz hay que estar muy loco.