13 diciembre 2006

A la sombra de una ilusión

Con los brazos estirados, descansando las manos sobre los tobillos, apoyo mi cara ladeada entre los muslos. Me encuentro relajada en la aterciopelada oscuridad que envuelve el silencio. Mis ojos están cerrados y por mi mente flotan destellos de colores pastel. Estoy a punto de dormirme de pura placidez, aletargada en un tiempo que discurre sin medida.

De súbito la luz envuelve mi mundo. Me levanto grácil de un salto, componiendo una sonrisa de fábula mil veces ensayada. Erguida con orgullo ejecuto precisa mi baile acompasando los sinuosos movimientos entre los acordes de la melodía que destella las conexiones de mi memoria. Ta-tá, ta-tá, tá, ta-tá, tá... De vez en cuando echo una mirada de reojo al público. Los ojos de una niña recorren mi tutú, el teatro de terciopelo y el reflejo del cristal sin posarse más de un segundo en cada detalle.

Cuando la danza llega a su fin mantengo firme la pose final, ese exquisito saludo que me fue enseñado en un tiempo que ya no recuerdo, aguardando el suave clac que me devuelva a la oscuridad, al silencio y al letargo. Aguardar ese mudo aplauso es el instante más excitante de todo el recital. Aunque a veces tenga que ver mermado su éxtasis ante la apresurada petición de un bis.

Hoy ha sido perfecto. La niña ha satisfecho su ilusión con un solo pase y me ha devuelto según lo pactado a mi mundo a esperar la siguiente oportunidad para mostrarme en todo mi esplendor. Y es que, a qué negarlo, adoro lucirme ante ella. Le he tomado mucho cariño. Tanto que sé que lloraré el día que crezca. El día en que deje de amarme.

1 comentario:

Eulalia dijo...

Ayer no pude comentar. Pruebo suerte.

Decía que nunca he encontrado la caja de música perfecta, y que seguro tú la has localizado en Londres.

Luego no quieres que te tenga envidia.

Anda, un beso de todos modos.