El vendedor de regaliz
Lo he visto sentado, en cuclillas, en una esquina. Ya no recuerdo si aquella era la esquina en la que solía verlo. Sobre la caja de fruta vuelta del revés, el manojo de ramas de regaliz envueltas en papel de periódico ha reavivado realidades en tiempo pasado.
Su pelo, lacio y largo, y su semblante, tranquilo y ausente, irradiaban inevitables el atractivo del desamparo. Siempre adoré al vendedor de regaliz, no tanto por la mercancía como por su generosa media sonrisa y sus guiños descuidados. Mi abuelo, del que yo era capricho favorito, me compró hace un puñado de lustros mi primera rama de regaliz. Y es que nunca supo resistirse a mi inequívoca mirada de deseo compulsivo.
Hoy el vendedor de regaliz ha traído a mi abuelo de vuelta. Y mi abuelo me ha devuelto la sorprendente alegría de una escuálida ramita de regaliz regalada. Hoy he conseguido abrir los ojos. Aunque ahora escuezan por las lágrimas mal enjuagadas.