
3 a.m. Mis nervios tienen insomnio. Me siento en la mesa de la cocina y abro el portátil para cantarles una nana. Mientras el despertador espera que lleguen las seis y cuarto.
La semana pasada, larga y tediosa como pocas de las precedentes, apenas si existe en mi memoria. Nunca aprendí a mirar por encima del hombro. Tal vez porque el cristal de las gafas no alcanza mi soslayo o quizá porque el borde de las lentillas difumina esa precisa zona de percepción. El caso es que sigo buscando el camino de salida sin preocuparme por cómo he llegado hasta aquí.
Una insistente presión tira y afloja mis deseos. "No sé lo que quiero. Aunque lo supiera, dudo que fuera capaz de dar con la manera de conseguirlo", me digo. Hago equilibrios con la necesidad de tenerte, confiando en que esta vez algún brazo de la balanza decida moverse de una maldita vez.
Como ya he dicho, no soy capaz de pararme en este preciso instante. Mi mente vuela en diferentes trayectos sobre un tiempo que nunca existirá. En paralelo, trato de engatusarla, de acariciar su testuz como si fuese un tierno cachorrón necesitado de achuchones. "Hoy mis dedos deberían ser gigantes para poder alcanzar con esa caricia tamaña dispersión espacial", me digo.
Y dejo de existir. Podría observar el mundo durante tanto tiempo que la inmovilidad me convertiría en una estatua de ojos muertos. Supongo que, como al resto, lo único que me asusta es tener que vivir. Vivir a la fuerza.
No quiero estar en otro tiempo. Ni desaparecer. Pero ocurre que pienso en ti. Y que no sé que hacer contigo. A pesar de lo que me diga, de lo que me digas y de lo que me digan.
Sigo soñando con los ojos abiertos cuando decido que Nena me empalague el oído una vez más.
4.30 a.m. Me preparo un bocadillo con pan de molde. Una capa de queso untado. Y después otras tres: canónigos, queso de cabra y ventresca. Lo envuelvo en papel de plata. Cojo una manzana de la nevera. Y una chirimoya. "Espero que tengamos nevera en las nuevas oficinas", se me ocurre. Detesto comer fruta caliente. Extiendo una servilleta sobre la encimera. Coloco en una esquina un cuchillo y una cucharilla. Enrollo el conjunto y lo meto en la bolsa. Con el bocadillo, la manzana y la chirimoya. Las reservas respecto a la disponibilidad de la nevera me aconsejan no añadir un vaso de gelatina.
"¿Dónde me llevo el agua?", me pregunto. Rebusco en el armario de los tupperwares. Escudriño la nevera. Examino un paté de hace un par de años. Lo vuelvo a dejar en su sitio. El cansancio es la mejor excusa para postergar los problemas. Aún a pesar de su aparente simplicidad. Cojo una lata de té. De ése que anuncian en la tele. "Porque yo no me cuido", me digo con una sonrisa explícita.
Y cuelgo la bolsa de plástico, no he encontrado una de cartón, en el pomo de la puerta.
5.00 a.m. Mis manos están resecas. Me parece observar membranas entre mis dedos. "Quizá me esté convirtiendo en una mutación anfibia de mi propio yo", me digo. Saco el pie izquierdo fuera de la zapatilla. Hace frío en la cocina. "Definitivamente me están saliendo membranas", concluyo.
Hoy mi dormitorio está completo. Debería haber dormido en la cama individual del cuarto, aunque sólo he aguantado allí un par de horas. Me dirigo al cuarto de baño ralentizando mis movimientos con el cuidado de un mimo profesional. Extiendo la crema por los pies. Primero por el empeine, después por la planta. Busco la lima, he visto una uña fuera de forma. Me unto las manos con grasa de salmón noruego, o eso es lo que me parece. Estudio mis ojeras en el espejo. Tal vez más tarde pueda disminuir su ostentosa presencia. "Hoy va a ser un día asqueroso", expreso con una mueca.
5.30 a.m. Decido tratar de sestear una horita, más por aburrimiento que por convencimiento. Aunque todavía me da tiempo a pensar que esta tarde no voy a llamarte, a pesar de que ayer me pareció que lo ibas a necesitar. No sé a qué achacar esta determinación. Supongo que lo mejor es repetirse lo del cansancio y lo de postegar decisiones. Para cerrar el ciclo. Para esperar que el despertador alcance las seis y media -ya he preparado la comida, así que dispongo de un cuarto de hora adicional- antes que yo.